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Por: Manuel Espino

Quien ahora comienza a trastabillar por un túnel largo y accidentado es el gobierno federal. Se trata de una de las peores crisis de seguridad nacional que habremos de padecer los mexicanos este sexenio, con consecuencias contundentes y reales aún más impactantes que la trágica desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa.
Se equivocan quienes creen que las peores consecuencias de la fuga del narcotraficante internacional Joaquín “El Chapo” Guzmán se inscribirán en el plano de lo político o de las embestidas mediáticas contra el Ejecutivo Federal.
Lo que muy probablemente padeceremos todos los mexicanos, gobernantes y gobernados, es un reacomodo en diversas estructuras de narcotraficantes que generará enfrentamientos cruentos entre cárteles y grupos regionales, por la recuperación de plazas y rutas de distribución que cambiaron de manos mientras “El Chapo” estaba en prisión. Habrá de correr mucha más sangre que tinta.
Por ello, no es hora de contar puntos en las encuestas o contabilizar de antemano supuestos dividendos en el río revuelto de la política electoral. Es una frivolidad pensar en las urnas cuando está en juego la estabilidad de amplias zonas de la frontera y de diversos estados del interior.
Ciertamente, es ineludible e indispensable hacer ajustes al sistema de seguridad en general y al penitenciario en general. Se requiere una estrategia nueva y novedosa, con perfiles mucho más definidos que la actual.
Lo hemos afirmado en voz alta, ya desde el sexenio anterior, pero no debemos dejar de repetirlo: hay que insistir en la corrupción como fuente de “ineficacia” deliberadamente permitida.
Sí debe haber renuncias, despidos e incluso consignaciones de quienes operativamente tienen responsabilidad directa en resguardar el penal. Sin embargo, ir más allá y pedir la renuncia del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, o del presidente Enrique Peña Nieto, no pasa de ser un desahogo o una muestra del peor oportunismo político.
Escuchar esas exigencias irracionales puede generar más inestabilidaden esta “crisis post fuga”. No es hora de ofrecer cabezas como sacrificio a los gurús de la opinión pública, sino de privilegiar las labores de seguridad pura y dura. Es hora de crear trabajar por recuperar la calma social, no de hacer política. Es, en fin, momento para tomar decisiones que coloquen al país de la ruta de recuperación de la paz que ha vuelto a debilitarse.
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