CINEFILUS

Por: Javier Barón Rodríguez

11 de agosto de 2016

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Todo truco de magia tiene tres partes o actos: La primera parte se llama “la promesa”, el mago nos muestra algo común… El segundo acto se llama “la transformación”, el mago toma el objeto común y lo convierte en algo extraordinario… Pero aún no aplaude, porque no es suficiente hacer desaparecer algo… hay que aparecerlo nuevamente. Ahora uno busca el secreto, pero no lo encuentra porque, claro está, en realidad no está mirando. Uno no quiere saberlo realmente… Uno quiere que lo engañen.

– The Prestige. (2006), Dir. Christopher Nolan.

Hace 10 años cuando estudiaba un diplomado en cinematografía, recuerdo que le pregunté al maestro de guionismo que era lo primero que se necesitaba para hacer una película, me contestó: – Tener una buena historia que contar.

Traigo a colación esa anécdota porque al ver muchas de las películas veraniegas como Now You See Me 2, pareciera que a los productores se les olvida que antes que cualquier cosa es indispensable tener algo interesante que decir y contar.

Me gustan los films que se acercan al mundo de los magos, que hablan de su incesante búsqueda de crear trucos que impacten al espectador, que muestren los caminos que utilizan para perfeccionar sus técnicas. En ese sentido debo decir que The Prestige y The Illusionist me parecen películas notables porque se percibe en ellas una atmósfera auténtica de ese mundo.

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La secuela de los Ilusionistas es una película que le dio más importancia a la forma que al fondo; sí, tiene escenas espectaculares bien edificadas. Pero falla estrepitosamente en el fondo con terribles baches e incoherencias narrativas que ni el notable ensamble de actores puede salvar.

De entrada, el director asume que todos vieron la primera película. Evitando dar un breve y necesario marco de referencia de los personajes para los que no lo hicieron. El guión es poco claro y enredado en varios momentos lo que obliga a que en algunas escenas los personajes tengan que explicar lo que sucedió…aunque usted no lo crea.

Los trucos presentados resultan absolutamente inverosímiles en un afán de efectismo que resulta intrascendente y presuntuoso. La cinta fluye, se deja ver. Es de esas que en el momento en el que abandonas la sala olvidas por completo ya que no te ha aportado nada. Con películas tan banales no queda más que suspirar y ser pacientes en espera del Otoño que suele traer consigo delicias fílmicas: películas propositivas y con ambición artística.

6.5 Barones.

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