CINEFILUS

Por: Javier Barón Rodríguez

19 de agosto de 2016

cinefilus@apsonfm.com

 

Embers. (2015), Dir. Claire Carré. -Esto es un reloj. Dice el tiempo. Bueno, no lo dice, no habla. Lo marca. Te preguntarás ¿Qué es el tiempo? es el ahora, y el ahora es aquí.

Recuerdo cuando vi allá por los años 70’s siendo un niño la película The Planet Of The Apes con Charlton Heston. La escena final en la que su personaje, George Taylor, se encuentra frente a frente con una estatua de la libertad en ruinas. Un golpe de realidad profundo y noqueador que le hace entender que el mundo que él conocía, en el que se desarrolló y forjó una identidad ha dejado de existir. Esa escena resultó impactante para mí. Esas que se quedan en la memoria cinéfila permanentemente. A partir de allí surgió mi interés por las temáticas de mundos distópicos. Me atraen las historias que enfrentan a los personajes a situaciones límite, a un panorama diametralmente opuesto al que tenían en sus vidas cotidianas.

Embers, ofrece un planteamiento intrigante e interesante: un virus ha atacado a la humanidad despojándola de lo que le da identidad e individualidad y hace un ser único a cada persona; la memoria. Los sobrevivientes han perdido la memoria inmediata. Día tras día se levantan sin saber quiénes son. La lucha diaria es por crear estrategias para recordar al día siguiente. El mundo está en ruinas. Todo se ha estancado. Sin memoria la continuidad es imposible. Algunos matan por una lata de frijoles, otros deambulan perdidos en la ira y en la violencia.

La carencia de memoria y recuerdos ha devuelto a algunos sobrevivientes la capacidad de disfrutar de nuevo las cosas simples: ver embelesados los diferentes colores que forma la luz a través un vitral, deslizarse en una resbaladilla. La cinta propone tres historias principales que nunca se entrelazan. La primera es la de un padre y su hija que viven en un búnker. Ambos no están infectados. Viven en un lugar limpio, cómodo, con electricidad, música y tecnología. Los dos son artistas: él es pintor y ella toca el cello.

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Al despertar cada día un dispositivo que traen en el cuello les hace preguntas y les plantea acertijos mentales para constatar que su memoria sigue intacta. La segunda es de una pareja de enamorados. Cada mañana despiertan juntos pero no se reconocen, no recuerdan sus nombres ni cuando se conocieron, conforme avanza el día comienzan a darse cuenta que hay algo entre ellos, esta subtrama en particular destaca que en el amor no importa el tiempo ni la memoria, el sentimiento permanece. La tercera es de una niña que después de andar sola y desprotegida se encuentra con un neurólogo que vive en medio del bosque. Este hombre es un connotado hombre de ciencia que tiene en una mesa libros abiertos que él mismo escribió junto con cuadernos con apuntes que lee diariamente para recordar quien es, buscando una cura, tratando de encontrar un método que active las neuronas mediante patrones de repetición con los cuales pueda generar recuerdos de sus actividades diarias. Hay una gran riqueza en el film.

Cada relato entrega variantes y diferentes enfoques al hecho de vivir en un mundo de desmemoriados, gente que deambula sin propósito alguno. Las tres historias aportan mucho: la primera nos hace entender que vivir aislado del virus, sabiendo quien eres y con tus necesidades cubiertas no sirve de nada en aislamiento. Ni el arte más sublime puede llenar ese vacío en una reclusión obligada. La segunda, que el amor se construye a diario con pequeños detalles, la memoria del corazón es indestructible. La tercera, un acto tan simple como aprender a andar en bicicleta puede ser el antídoto que éste mundo de amnésicos requiere para funcionar de nuevo. Filme indie de bajo presupuesto con estupendas locaciones e ideas bien desplegadas y ejecutadas.

8 Barones.

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