LA COLUMNA DE MANUEL ESPINO

Por: Manuel Espino Barrientos

17 de Octubre del 2015

Desde hace lustros, la inseguridad pública es el Talón de Aquiles del Estado mexicano. Estamos ante un cáncer social que carcome la credibilidad de las instituciones, que corrompe a los servidores públicos, que profundiza el antagonismo entre gobernantes y gobernados y que atenta contra nuestras libertades más básicas, creando el caldo de cultivo ideal para que se violen los derechos humanos.

Hemos alcanzado un nivel atroz de delincuencia, que ha enlutado a cientos de miles de familias, que ha impactado en la inversión extranjera y la generación de empleo, que ha generado olas de migración por miedo a la violencia, y que ha drenado económicamente al gobierno, obligándolo a distraer recursos de programas sociales para comprar armamento y pertrechos policiacos.

Más aún, la violencia homicida del crimen organizado ha comprometido la propia gobernabilidad y ha provocado zozobra social, tal como ha venido sucediendo a raíz de la trágica desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa.

A esa lista de estudiantes, se suman las de miles de personas asesinadas por secuestradores o extorsionadores; las de las mujeres víctimas de la violencia feminicida; las de inocentes caídos en enfrentamientos entre narcotraficantes; las de los migrantes muertos en su intento de alcanzar una vida mejor para sus familias; las de los propios policías y militares honestos, abatidos en su afán por proteger a nuestra sociedad de la delincuencia organizada.

El primer paso para combatir este flagelo es no permitir que las decisiones de la autoridad sean inspiradas por intereses partidistas o de grupo, menos aún por desencuentros personales.

Así como un soldado no piensa en sus preferencias políticas a la hora de arriesgar hasta la misma vida por defender a México, es necesario que todos quienes tenemos poder de decisión en materia de seguridad pública conduzcamos nuestro trabajo con valores patrióticos y no ideológicos, democráticos y no partidistas, institucionales y no personales.

Enfrentamos un futuro con poderosas amenazas a la seguridad nacional. Desde los grupos antisistema que buscan sembrar la confusión y el miedo, hasta los narcotraficantes empeñados en hipotecar el futuro de México.

Por ello, responder al anhelo de paz de los ciudadanos, reclama dejar atrás egoísmos y reconocer que la seguridad pública es un asunto de colaboración y no de rivalidades, de la sociedad entera y no de los partidos, de la más alta visión de Estado y nunca de afanes electoreros. Es por ese camino, y no por el de la ideología partidista, que llegaremos hasta el México de paz que anhelamos.

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