Columnistas, Nacionales / 7 septiembre 2015
MANUEL ESPINO
7 de Septiembre del 2015
Es brutal la numeralia del descrédito que enfrenta la figura del diputado mexicano, herencia de décadas de excesos que —siendo muchas veces individuales— acabaron por manchar lareputación del poder legislativo en su totalidad.
Estos datos, recabados de diversas encuestas, muestran con la frialdad de la estadística el panorama que enfrentamos en el Poder Legislativo. 34.1% de los ciudadanos considera que los diputados sólo buscan su beneficio personal; 29.1%, que no son trabajadores pues hacen poco y cobran mucho. Solo 16.8 y 13.7%, respectivamente, los ven como representantes del pueblo o como servidores públicos.
3 de cada 4 encuestados (72.4%) no desearían un lugar como en el Poder Legislativo.Para no ser representante popular los ciudadanos consultados enlistaron las siguientes razones: 36.2% dijo que no le interesa la política; 27.6% aseguró que los políticos son corruptos; y 11.1% justificó que no quisiera ser legislador porque le daría vergüenza.
El problema de esta visión ciudadana es que no solo afecta a los legisladores, sino que tiene que ver con algo la misma permanencia de nuestra democracia como forma de gobierno. Actualmente, apenas 37% de los mexicanos creen que la democracia es preferible a cualquier forma de gobierno, cuando el promedio en América Latina es de 56%. Asimismo, 50% de la población cree que es preferible un gobierno autoritario a uno democrático.
Es por ello que si de un solo objetivo pudiéramos hablar en esta legislatura, es el de represtigiar la política, el de recordar con cada una de nuestras acciones como diputados que se trata de una actividad digna, limpia, inherente al ser humano y enfocada a la más noble de las tareas: servir al prójimo y a la patria entera.
Con cada escándalo, lo que está en riesgo es algo mucho más grande que la carrera de un diputado o la popularidad de una bancada. Porque representar al pueblo de México con devoción patriótica y honestidad,es demostrar en los hechos y con la fuerza del ejemplo ciudadano que la democracia sí puede ser una realidad y que la participación cívica tiene razón de ser.